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Me costó varios días localizar su número de teléfono, no tenía demasiada información de la familia, pero finalmente lo pude conseguir. Marqué los nueve dígitos y empezó a sonar ese timbre inconfundible que tensa el instante de espera.
― ¿Hola? ―se escuchó una voz serena a través del altavoz.
― ¿Joaquín? ―pregunté.
― No, soy Ricardo. ¿Quién pregunta?
― Buenas tardes ―dije―. Debe disculparme, no nos conocemos, estoy escribiendo una historia acerca de su padre y me gustaría poder hablar con usted.
Hubo un silencio de los que no tienes derecho a interrumpir, una pausa que te obliga a esperar respetuoso a que te contesten. Y sí, fueron segundos que parecieron horas, hasta que dijo:
― ¿De mi padre? ¿Conoció usted a mi padre, Joaquín?
― No, no directamente. No lo conocí personalmente, pero sé bastantes cosas de él y me gustaría compartirlas. ¿Sería posible que pudiéramos reunirnos? El día que a usted le venga bien…
― Vivo en Cantabria. ¿Dónde está usted?
― Puedo volar a Santander desde Madrid y acercarme adonde usted me diga.
― Si viene en avión será más fácil que yo me desplace al aeropuerto y vernos allí mismo.
― Por mi parte sería perfecto. ¿Le parece que le avise cuando tenga el vuelo?
― Sí, está bien.
― Pues así quedamos. Muchas gracias.
Tras aterrizar, me dirigí a la cafetería.
Allí estaba, Ricardo, sentado en una mesa esperando. No fue difícil reconocer algunos de los rasgos de su padre, Joaquín, tanto en la cara como en su figura.
― Hola, ¿Ricardo?
Aquel primer saludo, entre dos extraños, no resultó nada lejano, muy al contrario, entre líneas se leía que debíamos hablarnos.
Ambos sentíamos mucha curiosidad por la información que pudiera arrojar el otro, y ya se sabe que la intriga atrae, es un imán poderoso.
― Sí, hola. ―contestó.
― ¿Cómo está, Ricardo? Me alegra que finalmente pudiéramos vernos. Quiero agradecerle mucho que aceptara reunirse conmigo. Le habrá parecido algo extraño el deseo de escribir acerca de su padre.
― Encantado de conocerle ―dijo en un tono educado―. Sí, tengo cierta curiosidad, no imagino lo que quiere contar.
― Estoy escribiendo un libro acerca de la historia que vivieron dos personas: su padre, Joaquín, y un amigo suyo, Juan Luis. Le voy a relatar todo lo que he investigado, me han contado, y he encontrado, pero antes debo hacerle una pregunta que puede resultarle incómoda… ¿Me lo permite?
― Tranquilo, dígame.
― ¿Qué sabe realmente de su padre? Me refiero a sus actividades en el Servicio de Información...
― No demasiado. Mi padre viajaba habitualmente, su trabajo no le permitía estar con nosotros mucho tiempo, yo era pequeño. Quizá mi hermano mayor, Joaquín, podría haber sabido algo más, pero ya falleció hace algunos años.
― ¿Recuerda haber hablado con su hermano acerca de la forma de actuar de su padre? ¿Algo que le llamara la atención?
― Me contó que en julio de 1959 fue cuando lo vimos por última vez tras recibir una llamada relacionada con ese amigo que nombró antes, Juan Luis. Me dijo que había sido muy extraña su reacción y la urgencia con que se despidió en aquella ocasión mi padre de la familia. Entonces, desapareció de forma apresurada y no lo volvimos a ver.
Era mi turno y le relaté parte de lo que sabía acerca de Joaquín. Lo hacía despacio, mientras sus ojos grandes fijaban en mi cara su mirada. Ni pestañeaban, prestando una cuidada atención a todo lo que yo le decía y mostraba en gestos casi imperceptibles un gran asombro en algunos de los episodios que le relataba.
Alternamos los interrogantes, que ambos teníamos, en aquella improvisada rueda, aunque siempre aparecían más preguntas con cada respuesta dada, nunca quedando del todo satisfecha, para mí al menos, toda la curiosidad que sobre el personaje llevaba.
Finalmente debía aceptar que algunos de sus secretos se seguirían resistiendo, al menos en aquel día, a ser desvelados.
Tocaría en otro momento seguir descubriendo detalles entre personas o en algún documento, en esta desconocida España o en ese mundo tan grande fuera de ella...
Regresé al avión repasando en mis apuntes las incógnitas resueltas, pero marcando en rojo las que aparecieron nuevas.
Este viaje increíble que supuso escribir la novela histórica Espías de Sangre. no había hecho más que empezar.
Cantabria - Aeropuerto de Santander
Ysaac M. de Txiquerra
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