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Su voz delataba el cansancio acumulado y eso le ayudó a confesar aquella increíble historia...
«La mala noticia de la grave enfermedad de mi padre, aconsejó que viniera a vivir conmigo, a mi casa. La evolución, a peor, de su estado no tardó en mostrarse con toda su dureza. En esa situación las ganas de socializar disminuyen y no eran muchos los temas que le animaban a participar. Uno de ellos era volver a mirar aquellas viejas fotos, llenas de recuerdos, que se amontonaban en un baúl.
Fui anotando, de forma desordenada, sus comentarios acerca de los muchos personajes que aparecían en ellas. Claro, la mayor parte componentes de la familia. Allí asomaban abuelos, bisabuelas, primos, amigos de su infancia y muchos otros que a veces costaba identificar.
Un sábado por la tarde, mientras tomaba un café, en una foto aparecía su padre junto a un desconocido... Se quedó algo desconcertado al verla. Quizá como si hubiera olvidado que existía.
Ambos vestían con traje de la época y sombrero. Posaban, sonriendo a la cámara y apoyados en la barandilla de un barco, mientras sostenían sendas gabardinas de un gris claro.
—¿Quién es el que está al lado del abuelo? —pregunté inmediatamente.
—Es Joaquín... el espía.
—¿Cómo? ¿Qué espía? —balbuceé sorprendido.
En ese momento sonrió y al poco tiempo de ello... falleció. »
Al cabo de doce meses, en el año 2012, decidí investigar la información que me había regalado acerca de su padre. Así comenzó el hilo de un relato que acabó tejiendo las casi ochocientas páginas de la novela Espías de Sangre.
Cientos de documentos, informes, declaraciones, mapas y entrevistas se acumulaban en un borrador con más de cuatrocientas páginas que en 2014 decidí, por fin, ordenar y pasar a limpio. El trabajo ameritaba un inicio mágico que dotara al libro de un aura especial. Así las cosas, decidí empezarlo en un espacio que me diera la tranquilidad y paz que ello requería, fue cuando decidí que sería primero en Marrakech, Marruecos, en Les Jardins de la Koutoubia.
Luego seguí ocho años escribiendo en San Petersburgo, Londres, Madrid, Lima, Bilbao, Buenos Aires, Nueva York, Vancouver, Barcelona...
Así empezó todo...
Capítulo 2 (fragmento). Novela Espías de Sangre.
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Montse, como habitualmente la llamaban (diminutivo de Montserrat) había nacido en Hospitalet del Llobregat, Barcelona, un 21 de junio de 1934. Su padre, Joaquín Soler, había participado en la guerra del Rif, en el norte de África, donde España libraba batalla contra las tribus sublevadas, las cabilas rifeñas acaudilladas por Abd el-Krim el Jattabi.
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Montserrat había vivido, en primera persona, una parte de lo relatado en la novela y sesenta y cuatro años después de haberse casado con «Juanmari» recuerda nítidamente algunas de las escenas que en el libro aparecen.
«La partida repentina de Juanmari y su regreso inesperado a Bilbao, ponía en riesgo el incipiente noviazgo que teníamos.
En aquella época las mujeres no contábamos con la libertad suficiente para tomar ciertas decisiones por nosotras mismas. Mi padre no me autorizaba a dejar Lima e irme de viaje con 'mi novio' a España sin estar casados. Así las cosas, tomamos la decisión de hacerlo. Nos casaríamos.
Juanmari debía partir en muy pocos días y no había tiempo para los preparativos legales, así que propuso hacerlo al llegar a España.
Sin embargo no era la solución, mi padre pretendía que saliera "casada" y la perspectiva de casarme con la jurisdicción legal presente en aquellos momentos en la península ibérica tampoco me seducía. El Perú en lo legislativo estaba en ese momento mucho más avanzado que España, basta recordar que en aquel año de 1957 una mujer aquí no podía abrir un cuenta o solicitar pasaporte sin que le acompañara para autorizarlo el marido o el padre.
Quizá fue un punto de locura en aquel momento, o simplemente el amor el que encontró la solución, nos casaríamos por «poderes».
Juanmari se adelantaría por la urgencia que conllevaba su retorno y yo me casaría en Lima, bajo la jurisdicción peruana, con alguien que lo representara en mi boda.
Envió el poder adecuadamente «bastanteado» por la embajada peruana desde España para que fuera mi hermano Quimet quien lo representara. Y así fue. Me casé y pude volar hasta donde, Juanmari, me esperaba.
Mi marido siempre contaba, de forma jocosa, su carácter ubicuo, pues decía que a la vez que se estaba casando en Lima, él estaba jugando a las cartas con unos amigos en Las Arenas , al «mus».
Relato de Dña. Montserrat Soler Pitarch
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